[…] También nos contó otra historia. Se refería a un famoso jugador de pelota. Ya era mayor, y participaba en el que iba a ser su último partido contra la estrella ascendente de aquel momento. Nadie dudaba que éste fuera a ser el ganador. Y así fue en efecto, aunque el viejo jugador lograra hacer algo que valía más que el partido ganado. Su rival le envió una pelota fatídica y cuando todos la daban por perdida éste no sólo logró devolvérsela, sino hacerlo de una forma única, pues la pelota pareció desvanecerse al tocar el suelo sin dar opción a ser recuperada por nadie. Y Claudio Rodríguez añadió, “como una lágrima”. Ésa fue su expresión. Y recuerdo que la repetía una y otra vez, y que todos nosotros veíamos a su conjuro el vuelo de esa pelota y cómo al caer se confundía con una lágrima, la lágrima que contenía a la vez el dolor de la despedida y el gozo del inexplicable acierto. Creo que fue eso lo que Claudio Rodríguez siempre buscó al escribir. Esas palabras que siguiendo su propio curso de pronto se ensimisman y se quedan quietas, girando, porque han encontrado su sitio. Eso era la poesía para él, esa lágrima que naciendo tantas veces del dolor y la pérdida es a la vez el lugar del milagro, del encuentro luminoso con el mundo y la vida. El vuelo de una celebración.